Principi(t)os
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Esta entrada fue escrita porCielo del Norte
Hay pocos libros que pasen de padres a hijos y la inversa y que pululen por tantos hogares como la gran obra de Antoine de Saint -Exupéry, (uno de los artistas más generosos con la humanidad) El Principito, habita en millones y millones de estanterías en las casas y bibliotecas de medio mundo. Una obra que casi todos guardamos en formato de pequeño librito con curiosos dibujos, como si de un frasquito de elixir se tratara, que encierra muchos secretos sobre la niñez, un grandioso reino que todos abandonamos y en el que aprendemos a ver la vida a través de un cristal que nunca deberíamos romper. En 1974 Stanley Donen adaptó esta maravillosa obra a las pantallas en forma de musical y si nos gusta el Principito y manoseamos millones de veces sus páginas, quién sabe si para encontrar explicación a alguna de las preguntas que nos va planteando la vida, la película con actuaciones y diálogos sobresalientes, setentera y hasta un poco psicodélica, es de las que guardo para siempre en la retina y en el corazón. Una de las cosas más representativas del pequeño príncipe, tanto en la cinta como en las ilustraciones originales de Saint- Exupéry, es su escaso pero inolvidable vestuario: su traje verde con pajarita roja y el foulard al viento cuando limpiaba su planeta de baobabs, o aquel pantalón blanco y el cuello de cisne de su camisa contrastando con su maraña de pelo color trigo y una divina casaca de sarga azul. ¡Qué gran retrato!, icónico, el del habitante del asteroide B612. Tantas veces relacionamos grandes figuras con su estética y tan pocas se acoplan tan bien. La frase «no se ve bien si no se ve con el corazón» sólo podría decirla él, vestido para la ocasión, así que para que no me tomen por loca y tener que sacar en estas fechas mi vestido de lentejuelas, suelo regalar el libro por Navidad, un regalo estupendo por si teníais alguna duda.